Dos pendejos, una tanga y una falda

 

De cómo simples gestos justifican movimientos.

Hola. Vengo a hablar de feminismo. Eso que se encuentra tan malentendido. Eso que nos hace tanta falta. Para empezar, la definición. Yo sé que ustedes son gente grande y leída, y que ya saben, pero aquí tienen. Según la RAE, feminismo es la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Aquí le agrego yo: no busca elevar a las mujeres por encima de los hombres, no tiene como fin último meter a todos los hombres bajo tierra y ordeñarlos por su semen (aunque gracias, South Park, por la gran idea). Busca simple y, una pensaría, sencillamente, la equidad de género. Ahora, no voy a llenar esto de citas de Simone de Beauvoir o de Rosario Castellanos, solo voy a dejar sus nombres disueltos por aquí para agradecerles, entre muchas otras, el que yo hoy pueda votar, trabajar, y ser dueña de mí. En realidad, vengo a contarles una desagradable experiencia que acabo de vivir, y a preguntarles, en consecuencia, ¿en qué momento de la línea del tiempo de la vida se extraviaron mis derechos como ser humano?

Venía yo caminando, muy campante, con mi nueva falda. Caminando por mi barrio, derritiéndome por el maldito calor de mierda que estamos sufriendo hoy día. Y, verán, aunque a ustedes les valga al leer esto, el hecho de que yo ese día decidiera usar falda me era muy importante. ¿Por qué? Porque llevaba meses, si no es que un año o más, sin usar faldas. Y aquí entiendo que a ustedes les siga valiendo pito el que a mí me incomodara usar falda. Pero para mí, esto significaba que, de entrada, salí por la puerta de mi casa muy consciente de mí. Muy insegura. Pero bueno, el calor lo ameritaba. Salí dando pasos toscos como de hombre. Toscos como de hombre por si a algún señorcito se le ocurriera voltear a verme, se arrepintiera inmediatamente al ver mi paso contundente, en absoluto gracioso.

Parada en la esquina, esperando cruzar la calle, percibí a un señor policía parado unos pasos detrás de mí. Paranoica yo, pensé: este señor podría tener una razón completamente válida para estar parado ahí, como podría simplemente estarse echando un taco de ojo. Pero es feo cacharte pensando eso. No hay que ser prejuiciosos. Así que seguí mi camino. Tun. Tun. Tun. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Lanzando miradas fulminantes a quien osara mirarme más de un par de segundos. Segura de que todos lo hacían. Hice, sea lo que haya sido, lo que salí a hacer, y ya que iba de regreso a mi casa sucedió. Sucedió de verdad. Y fue tan en vano el acto en sí, que fue aún más indignante. A un par de cuadras de mi casa, un par de hombres en un camión de Corona se me quedaron viendo. Los vi de regreso. Ellos, encantados con su taquito de ojo, prosiguieron a abanicarme una tanga negra que tenían colgando del retrovisor. Todo lo que tuve tiempo de hacer fue quedarme tiesa de vergüenza. Estos hombres habían corroborado mi sospecha de que yo no tenía derecho a sentirme libre, segura de mí, y tranquila, mucho menos en mi propia colonia.

Y yo sé. Yo sé que lo que cuento “no es tan grave”. Nadie me tocó, nadie me siguió a mi casa, nadie me mató… Pero lo que sí me siguió fue una sensación de miedo. De inseguridad. De no poder estar en la calle sin dudar de las intenciones del policía que estaba parado detrás de mí. De tener que estar a la defensiva, siempre pendiente de que alguien no fuera a meter su celular por debajo de mi falda para intentar tomar una foto. De que alguien no me mirara más de un instante y me sexualizara. De que convirtieran la paz de mi día en su fantasía. Y es que se apropiaron de mi momento, de mi presente, y, ¿para qué? Para intimidarme y quitarme la libertad y el derecho de estar tranquila. Tranquila en la calle. Tranquila en mi barrio. No entiendo qué otro propósito podrían haber tenido.

Estoy segura de que los que creemos en el bien y en la equidad somos más pero, honestamente, desde este lado de la trinchera una llega a sentirse muy sola. Desamparada e impotente. Impotente al saber de amigas abusadas, de las hordas de comentarios vulgares y violentos que recibimos las mujeres en internet, los mensajes que incitan a la violencia a las víctimas de violencia, de los adjetivos calificativos que le ponen a una joven fallecida en un accidente automovilístico, a las justificaciones inventadas para la muerte de una chica en la UNAM, a nuestros cuerpos sexualizados para el consumo masculino, y censurados para el femenino. Y a todo esto hay que agregarle a un hombre que considera que sin verga no hay violación, un güey que violenta un movimiento del que no ha investigado ni un ápice, sensacionalizándolo como un movimiento violento para conseguir clics y vistos (porque obvio todos los movimientos son conocidos únicamente por las excepciones violentas, como cuando salimos a marchar por los 43, y las noticias ignoraron a las miles de personas que lo hicimos pacíficamente y solo hablaron de los aislados casos de violencia), una banda de mirreyes impunes y su secuaz el juez Porky, y un amigo que comparte memes en su Facebook que dicen “esto no es feminismo” *foto de las Pussy Riot*, “esto sí” *foto de la recatada y bien vestida Marie Curie*, como si eso fuera a ayudar al feminismo actual, más que denigrarlo, más que hacer a un lado los actuales problemas de las mujeres que están hartas del abuso y la condescendencia. De la falta de justicia y apoyo de parte del gobierno (en ese ¿quién confía ya?) y las instituciones. De nuestros amigos y hermanos. Porque las mujeres no tienen derecho a enojarse cuando algo malo les pasa. ¿Cómo se atreven a pintar sus plegarias en una pared? ¿Cómo se atreven a defenderse y golpear de regreso a quien las agrede? ¿Cómo se atreven a independizarse, caminar tranquilas en la calle, y vestirse de acuerdo con nuestro nuevo clima patrocinado por el calentamiento global? ¿Apropiarse de su sexualidad? ¡Absurdo! ¡Locuras! ¡Blasfemia! Perdón… me dejé llevar. Pero les pido que por favor no invalidemos un movimiento que en nuestro país, sobre todo, tiene tanta importancia. Porque hay tanto que está mal, y tanto que hay que corregir aún, pero también porque si en algún lugar podemos, y logramos ser líderes en este tema, ayudaremos a miles de mujeres en otras partes del mundo, de América Latina, que necesitan tanto más de este apoyo.

Recientemente más y más mujeres han alzado la voz en contra del acoso que viven. ¡Las invito a seguir haciéndolo! Y a los hombres los invito a escucharnos, a creernos, y a volverse parte de la solución. La chica a la que le bajaron la falda en la Condesa, la mujer que en una tienda cachó a un trabajador tratando de tomarle una foto por debajo de la falda, la adolescente que un taxista tumbó al piso en un camellón para intentar violarla antes de salir corriendo, la mujer que se madreó a un güey en el metro por tocarla indebidamente, la niña que apareció muerta en el Estado de México, etcétera. La lista sigue y sigue, y cada día crece más y más. Y es que si los vemos como casos aislados es que los determinamos como “no tan graves”, es uno aquí y uno allá… ¿no? Pues no. No para las mujeres. Para las mujeres es el día a día. No poder caminar segura sin estar atenta a todos lados. Sin tener que ignorar un chiflido, un “guapa”, un halago que no tengo por qué aceptar y que más que alzarme la autoestima me hace sentir perseguida y sola. Sola en mi lucha por la equidad. Sola en cuanto a valores y ética, sola en cuanto a educación, porque quien me chifla/grita/muestra algo en la calle y espera que yo lo tenga que asumir alegremente como mi realidad, no me está respetando. No está respetando mi derecho y mi necesidad de sentirme segura en la calle, en mi propio barrio, en mi ciudad, ni en mi país.

Por eso es que yo insisto con el feminismo. Insisto en que es algo que nuestra sociedad necesita terriblemente en estos momentos, y no es cosa únicamente de las mujeres. Si crees en la equidad de género ¡eres feminista! No necesitas ser mujer para para ponerte en los zapatos de una, para ser solidario, compasivo, ni para respetar a otro ser humano como igual. Estemos orgullosos de llamarnos feministas, de defender nuestros ideales, de luchar por lo que es correcto. Y, chicos, dejen de compartir fotos de chicas desnudas en sus grupos de WhatsApp, con sus amigos. Así es como empieza la degradación de los derechos de ellas sobre sus cuerpos y su sexualidad. Así es como ustedes deciden sobre ellas, actúan sin su consentimiento, les quitan su humanidad y las vuelven mujeres-objeto. Es momento de que decidan si en verdad valoran a las mujeres en sus vidas o si seguirán promoviendo el machismo. Lo que ustedes están haciendo, amplificado, es trata de personas. De nuevo, estoy convencida de que somos más los que queremos el bien y la equidad, pero es trabajo de todos procurarlo. No solo de las mujeres.