Yásnaya Elena A. Gil: “Contra todo sentido común de predicción, estamos aquí”
Por Belinda Lorenzana y Pablo Montaño
Ilustración / Mariana Motoko
A finales del año pasado la editorial Almadía publicó Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística de Yásnaya Elena A. Gil, un conjunto diverso de textos compilados por Ana Aguilar Guevara, Julia Bravo Varela, Gustavo Ogarrio Badillo y Valentina Quaresma Rodríguez, escritos por Yásnaya para la revista Este País entre 2011 y 2015. En el volumen, además, encontramos tuits, publicaciones de Facebook y códigos qr que nos llevan a videos y otros textos, y un discurso pronunciado por la autora en la Cámara de Diputados en 2019, Año Internacional de las Lenguas Indígenas. El resultado es un libro extraordinario que, a través del diseño editorial y el contenido, dialoga con el lector y abre pautas para nuevos diálogos; pero, sobre todo, que desata importantes reflexiones y plantea preguntas indispensables.
Además, recientemente Yásnaya participó en la serie documental El Tema, en donde caminó a lo largo de ocho territorios distintos de la república mexicana en compañía de Gael García Bernal y conversó con él acerca de la crisis climática que acecha al futuro, pero ya también a las comunidades del presente. Con un guion escrito por Pablo Montaño, la serie nos hace testigos de cómo las comunidades indígenas de nuestro país libran una lucha constante ante la crisis climática desde la defensa de sus territorios.
Lingüista, escritora, traductora, investigadora, activista y tuitera, Yásnaya Elena a. Gil nació en Ayutla Mixe, Oaxaca, en 1981. Sus trabajos abarcan el ayuujk o mixe, el español y el inglés. Luego de vivir un tiempo en la Ciudad de México, regresó a Ayutla y junto a otros jóvenes formaron el Colmix, un colectivo dedicado a investigar y difundir la lengua y la cultura mixes. Además, forma parte de la organización asamblearia de su comunidad, participa constantemente en congresos, encuentros y mesas de discusión, colabora en el periódico El País y en la revista Gatopardo. En estas conversaciones con Belinda Lorenzana y Pablo Montaño para Cream, Yásnaya nos permite conocer un poco más sobre su pensamiento.
Belinda Lorenzana
Mi agradecimiento y mi cariño a Victoria Ruiz, presente en esta conversación.
¿Cómo fue el proceso de Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística? ¿Cómo surgió la idea?
En 2012, Paola Quintanar, que era editora digital de la revista Este País y coordinaba la sección de blogs de la revista, me invitó a colaborar. Empecé con una colaboración semanal. No sé cómo lo logré, era bastante fuerte el ritmo. Tiempo después Ana Aguilar, Gustavo Ogarrio, Valentina Quaresma y Julia Bravo, me propusieron hacer una selección de mis escritos durante esos años. La mayoría de esos textos ya no están en línea, como que algo pasó con el archivo… Es muy bonito porque yo digo que normalmente los libros se escriben y se mandan a los lectores, a las lectoras. Pero en este caso fue al revés, o sea, en este caso los lectores devolvieron un libro, hicieron toda una lectura desde las redes sociales y empataron ambas cosas. Y además está lo que hicieron Almadía y Alejandro Magallanes en el diseño y en solucionar la parte de los códigos QR, para poder aprender más.
En tu libro hablas del folclor como un concepto que obstaculiza la diversidad lingüística, porque nos impide entender a los pueblos indígenas en todas sus dimensiones. ¿Qué podemos hacer contra esta idea de lo folclórico, tan romantizado y tan rentable?
Y creo que el Estado y en general el mercado siempre se han relacionado mejor con la parte folclórica ¿no?, porque el folclor es algo que se puede vender, es algo que se puede disfrutar sin politizar nada. Se puede extraer solamente esa parte para el disfrute del Estado y del mercado, obviando toda la opresión y todos los problemas que hay.
Pienso en dos temas presentes en tus manifiestos: la importancia de los hablantes por encima de las lenguas y los derechos lingüísticos como derechos humanos. ¿Qué tanto está haciendo la lingüística (la academia) al respecto?
La academia hace cierto tipo de trabajo. Ya con el hecho de investigar las lenguas, pues hace bastante. Pero creo que no, no hay suficiente activismo tampoco. Es importante que lo haya, la academia podría involucrarse más. Pero la academia lingüística también es muy pequeña. Hacen muchísimas falta más personas para hacer estudios lingüísticos y gramaticales.
Yásnaya, escribes sobre las lenguas, el agua en Ayutla, el territorio, además participas en las asambleas de tu comunidad, te vemos en coloquios y encuentros, y recientemente colaboraste con Gael García Bernal en El Tema, una serie documental sobre la emergencia climática. ¿Cómo conjugas todos estos intereses, todas estas acciones?
Pues, híjole, a veces me abruma mucho. Y lo que hago, por ejemplo, es que me voy durante cierto tiempo de las redes sociales. Las redes son para mí como una ventanita donde puedo tener cierto tipo de interlocución con diferentes personas que no están en mi comunidad. Pero bueno, a veces voy siendo aprendiz de todo, en lugar de concentrarme, así es la vida. Y para mí es muy importante el trabajo situado, el trabajo concreto y no solamente la parte de la escritura. Ya tengo poco tiempo para escribir.
¿En qué consiste el Colmix?
Empezó como una broma. Cuando decidí que quería estar en mi comunidad, hacer vida comunitaria, volver a donde crecí, me di cuenta de que iba a extrañar la investigación. O sea, lo que me gustaba de la academia era la investigación. A veces pensamos que solo hay investigación dentro de la academia… Y entonces me fui encontrando con amigos y amigas que también habían estado en la academia o habían estudiado en una universidad, y que estaban regresando a sus comunidades, que estaban dando servicio, que participaban en las asambleas y a quienes también les gustaba la investigación. Además conocí a otra persona que hacía investigación fuera de la academia (es más tardado, pero es posible). Entonces bromeábamos con que sería muy interesante tener una institución de investigación que no nos alejara de nuestra comunidad, o sea, que estuviera más cerca, que respondiera a la necesidad y a los procesos de nuestras comunidades. Entonces dijimos: sí, algo así como el Colmex, pero comunitario. Y como mixe empieza con -mix, aunque se pronuncia “mije”, entonces dijimos ¡el Colmix! Hicimos una página en Facebook y le pusimos una descripción parodiando la del Colmex, algo así como “prestigiosa institución académica en la investigación”. Luego la broma se fue haciendo cada vez más seria. Hemos hecho muchas cosas colaborativas y estamos dando talleres en nuestras comunidades, haciendo investigación, divulgación. Ha sido muy enriquecedor saber que puedo seguir haciendo investigación, tal vez a otro ritmo, pero fuera de la academia y más cerca de nuestros contextos. Hay biólogos, hay una politóloga y otra lingüista, un programador, venimos de diferentes áreas y hacemos diferentes cosas.
Algunas mujeres encuentran en el feminismo la explicación a su realidad, otras son críticas del sistema sin nombrarse feministas. ¿Cuál es tu postura con respecto al feminismo?
Recientemente compartí una entrevista que le hice a Aura Cumes, que es una antropóloga kaqchikel con la que tengo muchas coincidencias… Y es que es muy complicado, porque a veces cuando nosotras no nos enunciamos feministas, la postura se lee como antifeminista. Entonces Aura Cumes dice que el feminismo es el modo occidental de resistencia al patriarcado, pero el nuestro es distinto y hay otros más. Lo pienso como que hay muchos movimientos de mujeres en diferentes partes del mundo: uno de ellos es el feminismo en la tradición occidental. Y nosotras tenemos el nuestro.
Tu libro y muchos de tus textos nos abren los ojos respecto a los pueblos originarios y a las lenguas minorizadas. ¿Qué lecturas te han abierto a ti los ojos y sobre qué temas?
Últimamente he estado leyendo mucho a mujeres indígenas de este continente, es algo que casi no se lee pero ahí hay una oportunidad para analizar la realidad, una potencia muy fuerte: mujeres mapuches, mujeres quechuas, mujeres mayas de Guatemala, mujeres indígenas de Estados Unidos también. Acabo de leer un libro que habla sobre la cuota de sangre y el adn en Estados Unidos, sobre las políticas para adscribirse indígena o no y esa problemática. También las críticas de Aura Cume sobre el patriarcado y el capitalismo, el patriarcado colonial. Gladys Tzul sobre la potencia de lo comunitario y el papel de las mujeres ahí, ella es una politóloga impresionante. Creo que sí es importante leer estas voces. Yo estoy aprendiendo mucho de las mujeres indígenas de este continente que, particularmente en los contextos actuales, están produciendo un pensamiento muy lúcido.
¿Cómo vislumbras el futuro del mixe y las otras lenguas diferentes al español?
Depende de cómo amanezca. Hay días en que soy muy optimista y entonces creo que lo vamos a lograr porque seguimos aquí después de 500 años, entre tanta muerte, entre tanta destrucción, las guerras, las hambrunas, el trabajo forzado y las epidemias… Si hace 500 años nos hubieran dicho que seguiríamos aquí con la sociedad, con organizaciones comunitarias hablando mixe, yo hubiera pensado que eso era imposible en ese contexto. Pero ante la crisis climática que viene de una manera muy terrible y que va a afectar sobre todo a la población más vulnerable, el Estado sigue violentando muchísimo las lenguas y las culturas y los pueblos, las naciones, y entonces no soy tan optimista. Por eso pienso en ese proceso colonial y en cómo contra todo sentido común de predicción, estamos aquí. Creo que es posible hacer algo y por ello estamos luchando.
En la introducción a tu libro hablas de algunos proyectos, de los libros que planeas escribir…
No tengo mucho tiempo para escribir. Voy escribiendo poco a poco, pero tengo muchas ideas. Hace diez años más o menos hice una caminata de unos tres meses para conocer bien mi región, los caminos antiguos y todo eso. En esa época escribí un diario personal en mixe y otro en español. Y tenía un blog, Xëne’m nojty ja’ et. La ruta ayuujk, donde iba contando mis reflexiones cuando encontraba internet. Cada vez fui escribiendo menos y caminando más. Diez años después, escribí una cosa que se llama Camino de regreso, una memoria de esa caminata. En eso ando. Me gustaría mucho también escribir un libro de ensayos sobre la adscripción a ser indígena o no, dependiendo de los diferentes gobiernos del mundo. Además, justamente por Pablo [Montaño], empecé a hacer algunos ensayos futuristas, como si estuviéramos dentro de veinte, cincuenta, cien años, sobre diferentes temas. Me gustaría mucho en algún momento hacer un libro con eso. Y también estoy en una génesis de una novela en mixe. Pero no sé si algún día logre terminar algo de esto. Y, bueno, hago manuales de lectura y escritura en mixe, cosas más pedagógicas.
¿En qué idioma sueñas?
Casi siempre en mixe, sobre todo cuando estoy aquí.
Pablo Montaño
Terminado el rodaje de El Tema, ¿cómo ha sido el proceso de asentar las aguas después de lo que vimos, vivimos, escuchamos, la gente que conocimos? ¿Qué sabor te queda cuando volteas a ver esas dos semanas de rodaje?
Lo primero es que para mí sí fue un sacudidón. Porque si bien muchos de los procesos en los que estoy tienen que ver con la crisis climática, mi visión era muy distinta, para empezar menos informada, y además tal vez muy mesoamericanocentrista, es decir, más en lo inmediato, en lo que pasa en Oaxaca. Entonces, después de esto me quedaron claras dos cosas: primero, observé la evidencia innegable y contundente de que ya está pasando: se ve cómo personas involucradas alrededor de cada problema ya la están viviendo en muchísimo lados. Lo segundo fue que, como en Ayutla nos estamos concentrado en la defensa del territorio, la minería, los megaproyectos y demás, no tenía muy claras muchas otras problemáticas, como los mares, pues me quedan muy lejanos. Esta experiencia me dio una idea más holística de la crisis climática, de cómo todo está conectado. Y eso que está pasando en el mar, eso que yo no conozco, está totalmente conectado y le da un contexto a las luchas locales que tenemos en Oaxaca.
Justo ahí, hablando de tus luchas, en uno de los episodios de la serie mencionas que eso que nosotros nombramos como “activismo climático” para ustedes es “defensa del territorio”. ¿Consideras que esa noción de la defensa del territorio, similar a la defensa del planeta, es una concepción que existe dentro de las comunidades?
Creo que sí, puedo anunciar que nuestro ambientalismo se llama defensa del territorio. De hecho muchos tuits que he estado publicado últimamente son para mí como decantar estas experiencias, las cosas que vimos y de la gente con la que platicamos. Para mí el ambientalismo estaba referido a Greenpeace y no es crítica, sino que yo lo veía como un otro, un tema más decantado o seccionado, como si “esa” fuera la lucha ambientalista. Justo también otro amigo me había dicho que el ambientalismo es relativamente joven en México. Ahí fue cuando dije: “aquí está pasando algo en la lectura”. Si algo sabemos es que el capitalismo tiene una gran responsabilidad en esto y el capitalismo no se puede explicar sin el colonialismo. Mucho de lo que se está haciendo está sobre el despojo del territorio. Es el capitalismo que necesita el consumo permanente para poder desarrollarse y mantenerse y el consumo necesita insumos. Esos bienes que para nosotros son comunes o bienes de la naturaleza se vuelven mercancías, el capitalismo te los va traduciendo a eso y por lo tanto necesita despojar. Entonces esta resistencia, desde hace 500 años, implica resistir frente al despojo y por tanto frente al motor de la crisis climática que es el capitalismo y en ese sentido es una lucha de naturaleza distinta. Si pudiéramos tener una traducción, me queda claro que es defensa del territorio, que es una lucha por la naturaleza, por la vida, por muchas otras cosas. Entonces, si nombramos a nuestro ambientalismo como defensa del territorio, las posibilidades se multiplican.
Yo vengo de un ambientalismo blanco, occidental, uno donde lo único que se hace es traducir frases que se citan en Europa o Estados Unidos. ¿De qué manera resuena o no resuena este ambientalismo con los y las defensoras del territorio? ¿Dónde ves que está esa ruptura, esa incompatibilidad de conceptos, de luchas… que pareciera que son dos cosas distintas?
Yo creo que tiene que ver con que del lado del ambientalismo hay de todo, tenemos incluso el capitalismo verde, el ecofascismo. La diferencia que yo veo y donde tal vez podría resonar es en el rompimiento inicial racionalista entre la humanidad y la naturaleza, lo que explica muchísimo de Occidente: domesticar la naturaleza; pero solo puedes domesticar, intervenir y, además, saquear y convertir en mercancía algo que primero has separado de la humanidad. Hay una operación filosófica necesaria para poder sostener ese relato y esa narrativa. Cuando la naturaleza reclama —como lo vemos en la crisis climática—, para la cultura mixe hay que rendirle culto porque es algo que te puede destruir como fuerza superior, mientras que para el ambientalismo la naturaleza es algo que hay que cuidar o salvar. Sin embargo, por más que se use ese discurso, sigue siendo evidente que no te estás considerando parte de, es otra cosa que tú tienes que cuidar. Esta es una diferencia fundamental: el ambientalismo se inscribe en la misma tradición europea y occidental que separó a la humanidad de la naturaleza. En cambio acá, creo que no. Si observamos las tradiciones rituales o los sistemas de pensamiento nos damos cuenta de que no es así. La defensa del territorio implica también defendernos nosotros y tal vez por eso hay una diferencia de lenguajes. Y podemos reconciliarnos reconociendo esa diferencia fundamental.
Desde el discurso ambientalista occidental, ha existido una reivindicación de los valores y las resistencias de las comunidades y los pueblos indígenas alrededor de todo el mundo. ¿Qué tanto ves un acercamiento genuino y legítimo de buscar entender y hermanar?
Siempre es complicado porque no podemos obviar que hay una relación asimétrica. Dado que no podemos desaparecerla, resulta complicado. A mí me alarma mucho la vulnerabilidad de los defensores del territorio, que es muy distinta a la de los activistas, por lo que creo que en ese punto se pueden hacer alianzas para por lo menos bajar ese nivel de vulnerabilidad.