Un ensayo sobre dejar el cuerpo: Alejandra Eme Vázquez
Por Belinda Lorenzana
Ilustración: Montserrat Acuña
Su cuerpo dejarán de Alejandra Eme Vázquez es un ensayo que vio la luz recientemente, en un trabajo editorial conjunto de Kaja Negra, Enjambre Literario y el Periódico de las Señoras, tres proyectos independientes e interesados en la literatura escrita por mujeres y su difusión en línea. Con prólogo de Brenda Navarro (Casas vacías, 2018), el libro plantea una reflexión, documentada y al mismo tiempo íntima, acerca de la vejez, el trabajo de cuidados y el espacio doméstico.
En 2018, el texto ganó el Premio Dolores Castro en la categoría de ensayo. Sin embargo, Su cuerpo dejarán es algo más que un ensayo. Es también literatura cercana y personal: se vale del relato y la anécdota, de las listas, la música o los recursos del lenguaje, para retratar un conjunto de preocupaciones relacionadas con el cuidado y la vejez: ¿A quién y qué se cuida?, ¿cómo y por qué razones? ¿Qué pasará cuando nosotras también necesitemos cuidados?
En este contexto, en muchos otros, ese nosotras es relevante, porque el trabajo de cuidados suele recaer sobre las mujeres, que por lo general son quienes se desenvuelven en el espacio doméstico. ¿Es que la intimidad de los lugares que habitamos o la responsabilidad de volverlos habitables provienen de una cualidad netamente femenina? ¿Es que los varones no necesitan cuidados o nacieron biológicamente incapacitados para cuidar?
La intimidad del ensayo de Alejandra comienza con el propósito de entender lo doméstico y la vejez desde la propia experiencia. Después de unos diez años de haberse dedicado a la docencia en educación secundaria, la autora comienza a cuidar a su abuela materna, un poco para equilibrar la dinámica familiar, otro poco por necesidad creativa y económica. Esta nueva etapa la enfrenta a un conjunto de dudas ligadas a todo lo que implica cuidar a otra persona (y, en este caso, a una persona tan querida como puede ser una abuela, con cierta autoridad, una mujer de quien, en otros tiempos, los cuidados fueron recibidos). Las reflexiones de la autora se extienden hacia el funcionamiento de su familia, que puede ser entendida como la representación de todo un sistema… un sistema que la mayoría de nosotros conocemos, identificamos.
En este ensayo encontramos un acercamiento a la vejez desde una perspectiva realista, pero también amorosa y acaso esperanzadora. Y además encontramos historias: la de un padre ausente, la de una abuela y su nieta, la de una inquietud legítima por entender y entenderse, la de una organización familiar que las mujeres llevan a cuestas y a menudo es confundida con el concepto de matriarcado. Como si tener que responsabilizarse de una familia fuera siempre una decisión consciente, o siquiera una decisión; como si tener que dejar el cuerpo por los otros, guardara alguna relación, siquiera remota, con el privilegio y el poder:
“Abuela tiene, como remuneración tangible de más de seis décadas de antigüedad en el trabajo que ejerce, el dudoso honor de que un grupo de personas reconozca en ella a un apoyo incondicional, a alguien con quien siempre se puede contar para que cocine deliciosa comida casera, que hasta hace unos años podía hacerse cargo de los nietos, que sabe cómo hacer miles de cosas referentes a la casa y a la gente en situación de vulnerabilidad. A Abuela le llaman para preguntarle recetas, para pedirle que les cuente los chismes familiares, para contarle sus penas, para pedirle dinero prestado. Bajo el argumento de que todos tenemos vidas muy complicadas como para detenernos a pensar y a intentar entender una vejez ajena, navegamos con una bandera ambigua en la que muchas veces es difícil saber si estamos cuidándola o estamos siendo cuidados por ella.” (Sería pertinente cuestionarnos el estado de las cosas, la realidad del referente, toda vez que utilicemos el vocablo matriarcado.)
Además de las preocupaciones en torno a lo doméstico y los cuidados, el libro presenta una entrañable apreciación sobre la belleza: “Pero no todo está perdido cuando la belleza de la vejez está acechando a la vuelta de la esquina, lista para maravillarte”, plantea la autora antes de narrar un episodio en que descubre en su abuela una piel hermosa, y se siente avergonzada ante su propia sorpresa. “Abuela, ¿me dejas decirte lo bonita que eres?”
Pero tal vez lo más cercano y conmovedor del libro, para algunos de nosotros, quizá debido a nuestro miedo ante el futuro, sea la intención explícita de formar comunidad: “Al menos, con aquellos que para 2050 van a estar conmigo en esto de ponerle cuerpo al vaticinio de que México será un país de ancianos. Pero de ancianos que cantan, replicamos, esperando que eso haga una diferencia.” Así es como las ideas de Su cuerpo dejarán parten de conversaciones, disertaciones conjuntas, diálogos, inquietudes compartidas.
Mediante un lenguaje estético y familiar, la autora parte de su situación y su experiencia, de algunas interrogantes, para entregarnos un texto literario, un ensayo en el sentido más amplio del término, que cuenta con una determinada estructura y una base teórica, que llega a puerto, que desata otras preguntas durante la lectura. El resultado es honesto y poderoso: al leer Su cuerpo dejarán, una se ríe y llora, reúne material suficiente para reflexiones posteriores. Porque, de alguna manera, todas hemos estado, estamos o estaremos en los zapatos de la voz que diserta. Porque todas, en algún momento, habremos de dejar el cuerpo.