Álvaro Luquín: poesía sin naturaleza

Por Belinda Lorenzana
Ilustración: Luis Fernando Ortega

Mejores oportunidades. Relaciones
más intensas. Desafíos culturales;

un futuro
laboral. Nuevos guiones. Protocolos.
Vivir sin contratiempo.

No se angustie. Es hora de desaparecer.

―Álvaro Luquín (Musulmán)

 

Tras cinco libros editados en distintas casas independientes tapatías, Álvaro Luquín (Guadalajara, 1984) publica Musulmán, su más reciente colección de poemas, que vio la luz el pasado septiembre, en Manosanta, bajo la dirección de Jorge Esquinca, con diseño de Luis Fernando Ortega y cuidado editorial de Emmanuel Carballo. En este título, el poeta traslada la figura del “musulmán”, la más baja de las castas en los campos de concentración nazis, a la cotidianidad tangible y presente. La marginación, el desgaste, la ironía y la pérdida a distintos niveles, aparecen entre los versos de esta nueva entrega.

Álvaro Luquín estudió filosofía y artes visuales, pero lleva más de una década escribiendo poesía. En su obra, el lenguaje coloquial es un instrumento de resignificación que ha evolucionado con el paso de los años. Su primer libro, Praderas silenciosas (La Zonámbula, 2011), es el testimonio de una experiencia clínica, plasmado con un estilo introspectivo que se extiende a Blanco sucio (Filodecaballos, 2013) y que comienza a dar un giro en Panóptico (Bonobos, 2015), donde el poeta ofrece un panorama voyeur del desencanto. Más adelante, Álvaro publica la antología La gente es el peor invento del hombre (El Viaje, 2016) y Grandes distancias (Filodecaballos, 2017). Del movimiento a la no-naturaleza de la poesía, de la subversión a la intención creativa, esto es lo que Álvaro Luquín comenta para nuestra edición número 35.

 

Movimiento

Pienso en el movimiento como un devenir filosófico: ir de un algo hacia la nada. Mi trabajo siempre ha estado entre esos dos puntos, un lugar en donde es difícil situarme. Por medio de la escritura intento definir esos estados incongruentes, absurdos. La poesía me ofrece una especie de insinuación de en dónde estoy. Para mí lo trágico de la creación consiste en no saber si estoy o no situado. El movimiento es como un trayecto detenido, una voluntad o potencia de llegar a algún punto; el obstáculo es veces el mismo lenguaje. El punto medio entre la nada y el todo es la reinvención del lenguaje. Para mí ahí está el sentido del movimiento en la creación artística.

 

Subversión

Salvo mi primer libro, Praderas silenciosas, en que recurro a un lenguaje mucho más intimista, mi trabajo sí es irreverente, o lúdico, o irónico, porque por medio del juego es más fácil alcanzar un acercamiento hacia un decir. Si escribes desde lo serio o lo solemne, el mensaje puede sonar vacío: es hablar por medio del lenguaje estipulado por el poder. Donde todo está sereno, hay algo que está suprimiendo el caos, que impide las respuestas al poder instaurado. Si nadie reniega, es porque hay un impedimento. La irreverencia y lo lúdico de la creación poética atacan esos puntos de normalización.

 

Poesía sin naturaleza

No creo que la poesía tenga una naturaleza en sí. No creo que ningún tipo de creación la tenga. Por eso es posible usar varios registros. No es que lo irreverente ni lo lúdico sean los más apropiados ni los únicos… Pero en mi caso, funcionan. Si sintiéramos que es natural lo que hacemos, se acabaría la voluntad del quehacer artístico.

 

Panóptico

En mis tres primeros libros están presentes la locura, la muerte, el suicidio, temas que se han tratado desde siempre y que han resultado relevantes en algún momento de mi vida, tal vez porque también hablan de la sociedad en su conjunto. Por eso mi tercer libro se llama Panóptico: con esos poemas intento un paneo, como si pasara de una ventana a otra en un edificio, y me asomara a la intimidad de las personas, a su caos o su desencanto. 

 

Musulmán

Parto de un libro de Giorgio Agambem, Lo que resta de Auschwitz, para hablar del “musulmán” en los campos de concentración: aquel prisionero que estaba desbaratado anímica y físicamente, que había perdido las fuerzas para moverse, que caminaba encorvado. Por eso le dicen “musulmán”, porque da la impresión de estar orando; es una jerga del campo. Intento trasponer esa figura del “musulmán” de los campos al presente: ¿quién sería el “musulmán” de esta sociedad? Es una especie de dialéctica que sucede en los campos de concentración, con el lenguaje del campo, los hornos, en que a veces los tiempos se mezclan.