Cambio climático: hablar lo impensable

Por: Pablo Montaño
Ilustración: Mariana G.

Can't be singing louder than the guns when I'm gone So I guess I'll have to do it while I'm here. —Phil Ochs.

Casandra advirtió la caída de Troya. Incluso trató de impedir la entrada del caballo a las murallas de su ciudad; pero su don de profecía venía acompañado de una maldición del dios Apolo: hablaría el futuro pero nadie creería sus palabras. En 1913, otra Casandra recorría las calles de Europa advirtiendo las consecuencias catastróficas que traería una guerra entre las naciones. Berta von Stuttner organizó asambleas pacifistas, convenció a Alfred Nobel de premiar la paz y más tarde la vida le evitó la pena de ver sus palabras convertidas en realidad, falleció un mes antes del estallido de la guerra en la que Europa sacrificaría a 40 millones. El reclamo que le hizo a un joven Stefan Zweig hoy conserva una incómoda vigencia: “¿Por qué no hacéis nada los jóvenes? ¡Os, concierne más a vosotros que a nadie! ¡Defendeos de una vez! ¡Uníos! No nos lo dejéis todo siempre a nosotras”.

La caída de la poderosa Troya, el colapso de la fraternidad y “civilidad” europeas eran ideas imposibles para sociedades que llevaban décadas forjando su seguridad alrededor de estos valores. Lo impensable es la consecuencia de las historias que repetimos de manera colectiva. La naturaleza vuelta en nuestra contra y los límites de nuestra capacidad humana para someterla, representan la maldición a las Casandras que hoy encarnan los científicos que ya no necesitan hablar de profecías sino describir una realidad que se desenvuelve en tiempo real, y de jóvenes que recorren las calles cada viernes pidiendo que su futuro sea uno vivible. Y a pesar de que hoy resulte difícil encontrar a alguien que no haya escuchado hablar sobre la crisis climática y su amenaza a nuestra permanencia como especie en este planeta, es la reacción ante este peligro la que pareciera no llegar.

La amenaza más grande que hemos enfrentado como humanidad no cuenta con una reacción  que apremie a su gravedad. No obstante lo mucho que se habla del tema, la exigencia de una respuesta a esta crisis sigue relegada; los partidos políticos, sus figuras y los representantes del poder económico, siguen apostando por soluciones y discursos que reflejan o una ignorancia absoluta o el más perverso de los cinismos.

 

¿Por qué fallamos en comunicar la crisis del clima?

El mensaje ha sido poco certero. Colectivos ambientales, sociedades científicas y activistas hemos fallado, hasta ahora, en comunicar lo impensable. La primera plana del New York Times anunciaba: “El calentamiento global ha empezado, expertos advierten al Senado”, la edición corresponde a la del 24 de junio de 1988. Hace 32 años.

Las razones detrás de esta falla responden a la combinación de historia, ciencia y valores occidentales, los cuales explican nuestro “desarrollo” en una trayectoria ascendente siempre lineal: “conquistamos” problemas, “vencemos” las imposibilidades que plantean los fenómenos naturales y nos obsesionamos con la acumulación de hitos que nos separan de nuestra condición primaria de animales vulgarmente regidos por su entorno. Reconocer un conflicto que cuestiona estos principios, supone un enorme reto de deconstrucción de los ideales y aspiraciones de nuestra sociedad.

Pero, no todo ha sido la herencia histórica de nuestro imaginario colectivo, la falla al comunicar la crisis climática ha contado con un poderoso aliado en las compañías petroleras. Estas han invertido millones de dólares en esconder, desviar y lavar su responsabilidad detrás de esta crisis. Según registró The Guardian, en 1982, hace casi 40 años, Exxon realizó una investigación privada que calculó con escalofriante exactitud el incremento de temperatura global como consecuencia de la concentración de gases de efecto invernadero; Shell realizó un estudio similar en 1988 que incluso coincide con las más recientes proyecciones de incrementos del nivel del mar. Ambas empresas se reservaron esta información, y es solo a partir de recientes filtraciones que hoy sabemos que ellos ya sabían. Lejos de advertir las consecuencias que tenía la extracción y quema de combustibles, decidieron en nombre de toda la humanidad, las especies y el planeta, cuánto desastre y devastación eran tolerables.

Con un buen baño verde, su postura hoy es esencialmente la misma. Recientemente, British Petroleum financió una aplicación para que las personas seamos capaces de medir nuestra huella de carbón. Dado que ya no existe manera de ocultar la crisis climática, lo que sigue es desviar la responsabilidad. Hacernos individualmente culpables de nuestros popotes y nuestros tostadores, mientras ellos siguen apostando sus ganancias contra nuestro futuro.

La alternativa

En el complejo problema de la crisis climática hay culpables que se esconden detrás de debates y discursos falaces. Son los combustibles fósiles el principal motor de la crisis, son empresas con nombre y establecimientos las que nos apresuran al precipicio, incluida Petróleos Mexicanos (novena empresa en emisiones a nivel global). Sin embargo, el problema se extiende a la sociedad que han construido durante más de 100 años: una cultura globalizada a punta de violencias, energívora y adicta a un consumo imposible de sostener.

Afortunadamente, la historia también es fuente de esperanza, y de mundos más deformes y perversos nos hemos librado. El periodista, Charles Mann, recuenta otra economía que se sostenía y crecía a partir del motor de la esclavitud; un mundo que negaba la existencia de alternativas y cuyos defensores auguraban el colapso de la economía y el desabasto de alimentos como consecuencia de su abolición. No obstante, en cuestión de décadas se desmoronó el discurso esclavista —no libre de consecuencias racistas que cargamos hasta hoy en día— pero perdieron validez el sometimiento y degradación de la vida humana como modelo económico. Hoy, además de nuestras deudas de justicia social, clase, raza y género, la otredad es esa abstracción que llamamos naturaleza, y su sometimiento y explotación para nuestros intereses, la narrativa a cambiar.

En las historias que contamos se reproducen las ideas que nos oprimen o aquellas que nos reencuentran con nuestra capacidad de resistir. De las historias que exaltan el poder de las armas, el dinero y las hegemonías, no vendrá más que la resignación y la derrota anticipadas. Será desde las historias de resistencia, rabia, desafío e irreverencia al poder que encontraremos la fuerza que nos recuerde que nunca han existido los cambios inevitables, solo aquellos que se impulsan desde una incongruente dualidad descrita por Fitzgerald: reconocer la desesperanza de la realidad y conservar una inagotable determinación por cambiarla.

A falta de mejores palabras quedan las de Rebecca Solnit: “El futuro es oscuro, con una oscuridad tanto de vientre como de tumba”.