Mucha gente pregunta si una estación musical de radio es aún relevante en la era del streaming y las listas creadas en forma según el gusto y la preferencia. Muchos se basan en estudios donde se concluye que la radio es solo consumida por mayores de 35 años. Muerte de la frecuencia modulada. El diagnóstico se basa en la falta de creatividad. Porque si somos honestos, la radio ha perdido esa chispa, la magia de impulsar la imaginación del oyente hacia sitios y situaciones inimaginables.
En una conferencia con uno de los directivos de radio más importantes del país, una locutora —hija de un famoso periodista italiano— se levantó a preguntar: “¿Pero a qué creatividad pueden aspirar tus locutores si el más famoso de todos, Siri, ya les ganó en lo único que hacen: dar la hora y la temperatura?” Y es que a eso hemos reducido a la radio. Los gerentes y programadores piensan que la rocola debe de ser estricta, apretada y conservadora. Se basan en estudios que, por lo pronto, dicen conocer a la audiencia. La audiencia les responde al apagar el aparato.
Sí, las estaciones masivas seguirán en los primeros lugares puesto que la gangrena se da en todos niveles, pero la huida también. Las estaciones de música de vanguardia, por décadas, habían sido santuarios de la idea radiofónica. Por desgracia, la soberbia de directivos alejó la imaginación y acercó el cartón y la payola, la corrupción y la pedantería. No por nada el público capitalino —y el tapatío, antes de la llegada de nosotros— estaba decepcionado del cuadrante.
Reiniciar la certidumbre de mejores contenidos no es fácil. Tienes que ir contra la rutina y el oído —mal educado— de los radioescuchas que llevan un tiempo prolongado en la triste realidad de un cuadrante maltrecho, y a la vez convencer a directivos y anunciantes de que el medio respira y contribuye. No ha sido fácil para RMX, sobre todo por el reto que implica transitar de los estertores de la generación X hacia los millennials, de la comunicación vía SMS al frenesí de las redes sociales, de la programación cerrada al estreno constante, casi día a día.
Pero la radio es lo que sucede entre canción y canción, sin que esto signifique que no importa la canción que empareda al contenido. La honestidad debe ligar la palabra y la armonía. Se debe encontrar el balance entre lo que sale de la boca y el arte que otros nos prestan para esparcir por el aire, pintar el cuadrante con escenarios y chispazos de ingenio, ir más allá de la hora y la temperatura. Compartir lo que somos a partir de la palabra.
No creo en el apocalipsis del medio de comunicación más cálido. Creo, sí, en el fin de la zona de confort y en los hipócritas arribistas que creen tener éxito a partir de la historia de las estaciones que, dicen, dirigen. El público sabe cuándo se le engaña en este matrimonio entre su pensamiento y los sonidos que lo inundan. El chiste es darle un contenido en el que navegue, en lugar de hundirse.