Fer Casillas o la transparencia que nos visita

Por José Acévez
Fotografía: Mayra Carreño
Estilismo: Micaela Gálvez
Maquillaje y peinado: Luis Gil
Vestuario: CANCINO

 

La sensación de ligereza en la voz de Fer Casillas es, sin duda, uno de los contrastes más cautivadores de la música que produce, interpreta, apropia, ofrece… Y es un contraste en tanto que, más allá de vaivenes estilísticos, su propuesta musical más que densa, es remembranza de nostalgia, de afectos truncos, de futuros imposibles y de pasados fragmentados. Existe, sin reconocerlo de forma inmediata, una tensión: un cúmulo de emociones que otorga diversas puertas, cada una en forma de canción. Salir corriendo con la sutileza de una voz límpida y sutil: algo así como una escena en una película de Sofía Coppola.

La carrera de Fer Casillas —aparentemente corta en una industria tan saturada como la de la música, pero ya con una nominación al Grammy Latino en 2019— está marcada por lo claro y lo prolífico. Características poco comunes cuando la propuesta se posiciona entre lo experimental y lo independiente, pero mantiene intenciones pop y colaborativas. Con secuencias líricas que se convierten en canciones que acumuladas forman eps y discos, esta cadena es en realidad un reflejo de la cultura musical de Fer: el jazz más clásico, r&b de suburbios, lluvias de ciudades vacías en Estados Unidos y algunos otros países grises, Bon Iver, Feist, Radiohead, Frank Ocean…  

De estos cimientos se sostiene una de las propuestas musicales más interesantes de la escena en México y América Latina. Una artista que mezcla con habilidad las letras tristes con los falsetes, alguien capaz de enamorar con el autotune y de fondo un violín que suena a mariachi. Hay algo en Fer exclusivo de los artistas que no solamente son sensibles a su contemporaneidad, sino que quieren hacer comentarios al respecto. 

En sus primeros sencillos vemos explorar esas vetas (“Strangers”, 2017) para pasar después a producciones más elaboradas donde se nota la intención de autoría, de industria; para muestra de ello su disco Imágenes de Olga (un regalo implícito a su abuela, excursionista musical). En él, entremezcla sonidos afables con pausas vocales, letras potentes con ritmos que nos confunden entre Veracruz y Nueva Orleans. Un disco tan pulcro como sereno.

Sin embargo, en esa primera etapa, Fer descubrió cuán compleja resultaba la honestidad. Posteriormente, ha estado trabajando por más de un año en Ausente, su nuevo EP que funciona como una transición, una consolidación de su estilo. “Es algo totalmente yo, que comunica desde la simpleza lo complejo de las emociones. Música cruda, honesta y transparente sin ningún tipo de pretensión”, me cuenta.

Y aunque sus producciones anteriores son una parte fundamental de su carrera y sus definiciones poéticas, sabe que siempre hubo un toque, una pincelada que determinaban los productores (entre los que se encuentran Juan Pablo Vega, Juan Galeano, David Aguilar o Jona Camacho). Esa música es profesional y así se escucha; aun así, al momento de estar frente al escenario, Fer declara que se sentía poco conectada con el género y los arreglos. “Soy una persona muy interna, muy cerrada, muy de cantar para mí. Y muchas de esas canciones me empujaron a crear un personaje que era para el público, más que para mí”. 

Rupturas amorosas, cambios de direcciones y una pandemia global permitió que en Ausente, Fer encontrara esos matices que la diferencian del resto, que la desnudan como artista. No quiere que sea el rostro, la presencia en el escenario, la cuenta de Instagram o la foto de portada lo que la defina. No. Fer Casillas es música y alguien dispuesta a aportar sobre ello en la escena local y regional. 

Esta intención queda explícita en “Diamante”, donde en poco más de dos minutos y en colaboración con Mireya Ramos, nos adentramos a este mundo personal, íntimo, donde las voces retumban como si se escuchara desde un pozo, desde un hueco decorado con inflexiones. En “Seis” comparte voces con David Aguilar y brotan las referencias más pulcras de un jazz que va del bohemio neoyorquino a las noches ochenteras de la colonia Juárez en la Ciudad de México. “Refugio” es, tal cual, lo que dice su nombre: la escuchas y brotan destellos de luz a través de una ventana a las seis de la tarde, el ambiente se vuelve ocre. En “Todo acaba”, la voz de la cantautora costarricense Debi Nova llega a complementar versos que rebotan no solo en ritmo y armonía, sino en identificaciones personales, días pasados y corazones rotos o por romperse. Y, de manera particular, en una especie de bomba estilística, Fer propone una relectura del clásico ranchero “Volver, volver, volver” desde el autotune y con sintetizadores, en donde arroja un homenaje doble (con sobrados pero fascinantes riesgos) a Bon Iver y a la música vernácula de su país. Cosas que solo Monterrey, su ciudad natal, podía entregarnos. 

Fer Casillas va por un sendero cada vez mejor trazado. Sus alcances se vislumbran infinitos. Con Ausente se confirma: una voz que habla desde el camino recorrido pero aceptando la imperfección, haciéndola canción. Así, como la vida.