Guillermo del Toro

Por Karla Castañeda
Fotografía: Maj Lindström
Intervención gráfica: Entre Líneas
Locación: Hotel Demetria

Muchos estamos de acuerdo en que Guillermo del Toro representa la generosidad y la empatía. Es un sorprendente erudito, el gran cineasta visionario, irreverente, amante de la historia y de todas las artes, inspiración para muchos, incluyéndome. Sin embargo, hay algo que lo hace destacar aún más: su claridad objetiva en el análisis de las obras ajenas y, mejor, de las propias. Él entiende y sabe transmitir los motores de su quehacer artístico como pocos. Guillermo del Toro logra desmenuzar las decisiones detrás de los guiones, sets, props, las paletas de colores… Ninguno de los elementos en su obra son producto del azar, todo está dispuesto como parte de una narrativa que convive con sus obsesiones personales e historia de vida.

 

Conocí a Guillermo del Toro hace varios años en un festival de cine. Sin importar la multitud de creadores que estaban buscándolo, los atendió; me asombré por su generosidad y la empatía que mostraba hacia todos, su energía y su alegría para platicar con cada persona, para dar autógrafos y tomarse fotos, hacer bromas… Una vez más quiero agradecerle a Guillermo por dedicar su tiempo (entre todos sus compromisos) para realizar este diálogo y poder compartirlo. 

Desde Cronos, una constante en tus películas son los relojes, el tiempo, la finitud de la vida y los instantes que atesoramos. El tiempo devorador (Cronos) contra el instante eterno (Kairos) ¿Recuerdas cómo surgió esa idea en ti? ¿Qué es el tiempo para ti? En la exposición En casa con mis monstruos también escuchamos el sonar de los relojes, tic tac…

Yo creo que solo se es eterno por un instante, cuando uno no cree en la muerte como final, sino como norte en la vida. O sea, cuando la muerte deja de aportar, ¿cómo nos puede importar la muerte? ¿Cómo considerarla especial si nos pasa a todos? Un hombre que vuela es excepcional. Pero el caso es que nadie vuela. Nadie es inmortal, pero le podemos dejar de tener miedo a la muerte. Entonces ese instante es eterno. Aurora, en Cronos, es eterna. No el alquimista, no Jesús Gris, no De la Guardia… Creo que el destino es un engranaje que no para de girar y cambiar, y cuyas permutaciones son siempre mutables, pero su movimiento no: su movimiento es el tiempo. Fíjate cómo percibimos el tiempo: somos pasajeros del tiempo, vivimos una vida que se siente completa en la infancia: Guillermo o Karla niños. Luego una vida entera: romances, pérdidas, dolores y gozos en nuestra adolescencia: Guillermo joven, y así se siente, como si fuéramos uno y fuéramos muchos. Yo no querría vivir más de 80 o así… ¿para qué? Para que se me vaya más gente. Eso es lo que duele de la muerte, no la propia, sino la pérdida de almas gemelas, almas que uno ama…

 

En entrevistas recientes comentaste que tus películas anteriores a La forma del agua eran un reflejo de Guillermo niño, de lo que sentías que debías arreglar o cerrar. La infancia con todos los terrores que encierra, desde lo más ominoso hasta las relaciones autoritarias al interior de la familia e incluso el clima político que permea todos los rincones. ¿Qué otros temas abordas ahora a partir de Guillermo adulto?

No me lo planteé así. Lo puedo ver en retrospectiva, pero no me lo puedo plantear así. Creo que hay un pasaje en la biblia que dice algo así como: “Cuando era niño, hablaba y entendía como niño, ahora que soy un hombre, dejo la infancia atrás.” Eso no es enteramente cierto. Mis películas son sobre la infancia, pero no son infantiles en unos casos; en otros, son muy complejas técnicamente, pero jóvenes de espíritu. Uno no se plantea una trayectoria, es atraído, por una trayectoria. Uno no es turista en su vida, es viajero.

 

De niños tenemos miedo a algunas cosas, de adultos enfrentamos otros miedos. ¿Cuál era tu mayor miedo de niño? ¿Ahora a qué le temes?

Yo le temía a la muerte y a la soledad. Ahora, menos.

 

Me encanta una cita tuya donde dices que detrás de cada historia trascendente hay cicatrices profundas… ¿De qué manera afrontas tus nuevos proyectos que tienen que ver con el dolor, la ausencia, la pérdida, en tu vida adulta?

Pues, nos acompañan siempre, ¿no? Hay dos garantías en la vida: obtener y dejar ir. Uno pierde por voluntad, arrebato o transacción, pero necesariamente se pierde. Fíjate que la naturaleza misma de elegir es la de negar: yo decido leer un libro, pues muy bien, estoy abandonando cualquier otra actividad; leer un libro es no esquiar, no besar, no correr, no salir a la calle. Peor cuando algo le pasa a uno, mayormente en la infancia: son laceraciones profundas que tardan en sanar y siempre, siempre, queda cicatriz. Por eso en Japón se entiende el kintsugi, parte de la idea del wabi-sabi: la cicatriz es la belleza. La perfección es la muerte. Es el yin para el yang de la verdadera vida. La perfección requiere inmovilidad, ¿no? Requiere permanencia. La vida es pasajera, flexible, se dobla, se mueve; la muerte es permanente, inflexible. 

 

¿Cómo te desenredas creativamente teniendo tantas referencias? ¿Cómo encausas el foco creativo?

Si hago referencia a un género, como en Titanes del Pacífico, trato de hacerlo desde la emoción de espectador y desde un punto de vista diferente, un contexto nuevo, y eso solamente si logro transformar esas imágenes primarias. El foco creativo siempre viene para mí desde la empatía con el débil o el olvidado. Tengo igual influencia de la pintura, el arte o la literatura que del cine.

 

¿Tienes alguna herramienta de la psicología a la que acudas para estructurar tus personajes? Son impresionantemente detallados, me encanta esta parte, de que llegas a conocerlos tanto, y tener un acercamiento a ellos.

Creo una biografía que dura entre cinco y diez páginas… empiezo con los horóscopos (chino, occidental, etcétera…) y entonces busco un modelo para ese personaje en la vida real. Puedo ser yo o alguien en mi círculo inmediato, pero nunca un personaje de cine o ficción. No me sirven, no me ayudan. Todos los personajes son permutaciones de uno o de alguien real: un viejo enemigo o un amor de infancia…

Has comentado que te interesa sobremanera concentrarte en el cine de animación. Aunque se han superado muchos prejuicios en la animación, aún se le cataloga de forma errónea como un género, o como un medio exclusivo para niños. ¿Qué crees que le haga falta a la animación para que se vea con seriedad? Como otra forma de hacer cine, de contar historias.

Creo que el problema nace del momento en que los Fleischer y Disney estaban muy cercanos, históricamente, de crear el primer largometraje animado. Disney lo hace primero. Fleischer financia Gulliver en reacción a Blancanieves. Disney siempre tuvo como meta un público infantil y los Fleischer no. Ellos tenían la idea de usar animación como un medio para crear lo imposible, pero para un público que incluía claramente a los adultos. El medio es considerado adulto en Japón o en Europa. No hay distinción. Pero se necesita tiempo y obra para convencer a un público mayor… ni modo. Cuando era yo chico decían “películas para niños”, ya ves, ni siquiera “de animación”.

Hablando de animación, me parece fascinante tu proyecto de Pinocho, al ser un personaje arquetípico en el sentido de tener un enorme arco dramático. Paradójicamente, su gran imperfección es lo que lo hace entrañablemente humano (incluso, has hablado en muchas ocasiones acerca de las trampas de la perfección). En este momento histórico, ¿cuál es tu pasión para reformular Pinocho y cuáles son para ti las conexiones que hacen eco con la problemática del mundo actual?

No pienso en esos términos. Nada de lo que hacemos es permanente. Todo es perecedero, incluso tu interés por una u otra historia. Solo pude hacer Cronos a cierta edad, ¿ves?  O La forma del agua o El laberinto del fauno reflejan quién soy o con quién me he encontrado. La forma del agua viene de comprarle una idea, una semilla de idea, a Daniel Klaus, a quien conocí en otro proyecto, Trollhunters, y de encontrar en ello la solución para mi obsesión con El monstruo de la laguna negra. Pinocho lleva en desarrollo conmigo cerca de década y media. Primero (en un guion muy diferente) con Gris Grimly como director, porque él diseñó en su libro al primer Pinocho que me gustó. Él iba a dirigir, y estuvimos a punto de financiarlo.

No sucedió. Luego decidí rediseñarlo y dirigirlo, empezamos con una reescritura completa con un coescritor que admiro muchísimo: Patrick McHale, que hizo Over the Garden Wall. Para mí Pinocho es aprender a amar a la gente como es. Creo que no hay más que esas dos opciones. ¿No te gusta la gente como es? Vete. Déjalos en paz. ¿Quieres cambio? Te cambio un billete de a cien. O aprende a amar a gente como es. Las dos opciones son válidas y fuertes. En historias como Pinocho y La bella y la bestia, encuentro muy triste que los personajes se transforman en uno de nosotros al final; se vuelven “normales”, qué aburrido. Me interesa el títere viviente que se rebela en un mundo de títeres: la película tiene lugar durante el gobierno de Mussolini, ya ves, cuando era bueno obedecer.

¿Por qué hacer la película en stop motion y no en live action?

Desde el punto de vista de diseño, el elemento más complicado de resolver es Pinocho mismo. Cuando Disney se embarcó, los diseños eran muy raros o perturbadores. La madera, al ser animada, daba yuyu, ¿sabes? Marc Davis lo resolvió haciendo el rostro más humano y flexible, y solo la nariz parecía de madera. El cuerpo no era el problema. Pero si todo mundo es un actor real y Pinocho es una figura de madera animada, pues es un precipicio hacia el uncanny valley. En cambio, en stop motion todo es muñecos animados… Y la madera viva encaja perfecto.

En tu prolífica y generosa trayectoria como productor, has apoyado a directores como Jorge Gutiérrez, Juan Antonio Bayona, Andrés Muschietti, entre muchos debutantes. ¿Cómo abordas en este momento apoyar a Karla Castañeda e Issa López, dos mujeres mexicanas?

Pues igual. Pero con la conciencia de que es muy importante que esta oportunidad exista para las jóvenes que vienen en camino. Sobre todo, las dos directoras ―tú una de ellas― son insólitas en nuestro cine, no son directoras que abunden: una es brillante en animación y la otra es brillante en terror. ¡Privilegio!

Muchos sabemos de tu admiración por Lovecraft, Mary Shelley, Goya, Yáñez, Rulfo. ¿Qué artistas contemporáneos te han marcado en los años recientes?

Depende del proyecto: Hammershoi, Hopper, George Bellows, por ejemplo, son vitales para Nightmare Alley… Cada proyecto exige que revisite escultura, arquitectura, pintura, en alguna medida. Me empeño en que los referentes para mi equipo no vengan solo del cine. Es indudable que hay grandes autores mexicanos y en este momento muchos de ellos, como tú, son reconocidos a nivel mundial, pero la industria al interior del país sigue siendo incipiente. 

¿Qué crees que le hace falta al cine mexicano?

Es un momento crítico para la cultura en general.  Yo creo que sería muy demagógico que me pusiera a dictar qué hace falta. Mejor hago todo lo que puedo, tantas veces como pueda, en mi entorno inmediato de influencia.

Traer tu colección a Guadalajara, para la expo En casa con mis monstruos, ha sido un regalo valiosísimo para todos los que tuvimos la oportunidad de recorrer cada rincón, en que desnudas tus pasiones, desde tu infancia hasta la sala de la muerte. Has hablado de las piezas, de su destino, de que será la última vez que esta exposición sea montada. ¿Cómo surge el proceso de desprendimiento de objetos tan queridos que han estado tanto tiempo contigo? ¿A dónde se van?

Pues vamos a ver qué pasa. Volviendo las piezas a California, empieza el diálogo para su donación activamente y también la posible búsqueda de un museo que las albergue y esté abierto a todo público. A esta edad, lo que más me importa es dar y compartir. 

¿Cuál fue tu rincón favorito de la exposición? 

La sala en que aparece Santi como fantasma, el puesto de revistas de mi infancia y la sala de Frankenstein.

¿Qué es el Taller del Chucho? ¿Cómo surge la idea de crear este Centro Internacional de Animación en Guadalajara?

Es coyuntural. Porque creo que Guadalajara es un enorme centro para la animación. De forma curiosa, mis inicios en cine quedan inexorablemente fundidos con el origen de la animación en Guadalajara. Mi socio y amigo del alma, Rigo Mora, y yo, trajimos equipo, iniciamos la animación en plastilina. Yo daba talleres de animación en el Ciencias, cuando Daniel Varela era maestro de cine y comunicación ahí. Luego Rigo conectó con René y Urrutia, a través de Varela conectó con Rita y Juan José, etcétera. Y la verdad ahora en Guadalajara hay mucho, mucho talento, eso nadie lo puede negar… pero lo importante es qué tenemos como ventaja aquí, cómo podemos hacer cine que viaje, que use nuestras ventajas. La respuesta es, sin duda, animación. Eso pienso. ¿Qué cine pueden hacer los jóvenes, con menos recursos, apoyados por compas, por gente creativa, con cosas inmediatas, sobre asuntos urgentes, pero sin interferencia, ni estructuras engorrosas? Animación. Aparte la animación es muy potente en términos de ser igualitaria en cuanto a género: muchísimas mujeres participan, animan, dirigen y producen animación.

 

¿Cómo ves el Taller del Chucho de aquí a diez años?

Conectado y vinculado con empresas y equipos artísticos a nivel mundial.

 

¿Qué es lo que más disfrutas de la vida?

Tiempo libre, lo más escaso que tengo.