Isaac Hernández, más allá del príncipe Sigfrido

El equipo de Isaac Hernández llama. Avisan que vienen treinta minutos tarde, que terminan siendo una hora. En lugar de molestia hay alivio en todo el equipo que le espera para la entrevista y la sesión de fotos. En el ambiente pesa una solemnidad extraña, como si por la puerta fuera a entrar un jefe de Estado. De repente, aparece. No hubo recibimiento: encontró la dirección de la casa, seguramente en Google Maps, y entró por la puerta como si nada, sin comitivas ni honores. Solo le acompaña su asistente personal. Es Isaac Hernández: el mejor bailarín de ballet del planeta.

 

Isaac saluda, con muchísima amabilidad, a todos los que estamos ahí, uno a uno. No pregunta mucho y va directo al cuarto en donde le esperan los cambios de ropa y la maquillista. Le preguntamos si quiere que lo dejemos solo para que se desvista. Dice que no, que la vida de camerino te enseña a no tenerle miedo a estar semidesnudo todo el tiempo.

 

El ambiente de solemnidad cambia a uno de radical pudor. Mientras Isaac se quita la ropa, todos extravían la mirada por ahí, como si un vistazo accidental fuera a profanar la sacralidad de su presencia. En un minuto tiene puesta, sin renegar, la ropa que le pidieron ponerse.

 

Luis Germán, fotógrafo, le pide —titubeando, nerviosísimo— que se ponga de tal forma, y que luego haga un brinco como de ballet, y que corra de un lado a otro para conseguir los barridos preciosos que se ven en sus fotografías. Isaac accede a todo y repite y obedece las órdenes estéticas y dramáticas. Es un hombre de teatro: un cuerpo que pareciera pertenecerle más a sus personajes que a él mismo.

 

Isaac nos cuenta que siempre soñó ser un personaje: el príncipe Sigfrido, de El lago de los cisnes, de Chaikovski. Esa fue, probablemente, su motivación vital para irse de México a Nueva York, y a San Francisco, y luego a Holanda, París y Londres. Para ser, pues, bailarín. El mejor bailarín del mundo. Nunca tuvo sueño más grande, y lo consiguió. Finalmente, cuando fue Sigfrido, se dio cuenta de que era un personaje estúpido, un príncipe bobo. Hoy dice que odia hacer de Sigfrido y que El lago de los cisnes no es la gran cosa.

 

Luis Germán entró en calor y ahora lleva a Isaac de arriba a abajo en la laberíntica edificación que es la casa Díaz Morales. Lo pone frente a un espejo y luego lo trepa en una silla, y le pide que ponga cara de tipo reflexivo, (casi) melancólico ridículo, y luego de guapo, y luego de villano inteligente. Isaac interpreta cada versión de sí mismo con igual control —brillante— de su cuerpo, sus movimientos y su expresividad.

 

Mientras, yo le pregunto de política. Específicamente, por sus sentimientos frente a la política cultural de la actual administración federal. Isaac pidió discreción sobre sus afinidades políticas —filias y fobias, como las de todos, aunque mucho más prudentes y matizadas que las del promedio—, pero algo sí nos permitió registrar: detesta que se aprovechen de él con fines políticos.

 

Hablamos también de Consuelo Sáizar (exsecretaria de Cultura y exdirectora del Fondo de Cultura Económica), amiga en común de ambos, quien generosísima, logró ponernos en contacto para acordar la entrevista. No me gustaría obviar lo importante que ella fue para lograr el encuentro.

 

De la hora y media pactada, decidí solo utilizar diez minutos para las preguntas y ceder lo demás a Luis Germán: estaba seguro de que sus fotografías serían más pertinentes y bellas que cualquier idea mía. Y bueno, también porque Isaac es guapísimo, y no iba a lograr tenerlo mucho tiempo enfrente de mí sin que me hundiera en vergüenza. En ese estado mexicanísimo que es sentirse chiveado.

 

No quise preguntarle por su carrera, los cientos de obstáculos que ha tenido que librar, su música preferida, ni cómo salió de niño de Guadalajara con dirección a ganar, en 2018, el Benois de la Danse en Moscú, que es como el Nobel del ballet. 

Supuse que eso se lo han preguntado hasta el cansancio y no quise agotar a alguien que ya se agota lo suficiente todos los días, entre ensayos infinitos, cenas oficiales con políticos encajosos y gestiones culturales que siempre se topan con la pared de los gobiernos de esos mismos políticos. Hablamos de lo realmente importante: de los Tacos Luis.

¿Qué significa para ti Guadalajara? ¿Por qué volver?

Porque yo siempre he pensado que, cuando me fui, simplemente emprendí un viaje que, con el tiempo, iba a culminar aquí, en Guadalajara. Siento que todavía estoy en ese viaje. Y me gusta poder afectar, hasta cierto punto, el futuro de Guadalajara con los proyectos que me acompañan. Nunca pensé que una función de ballet pudiera tener un lugar estelar e ilusionar a mucha gente en la ciudad, o que los niños en las calles se emocionaran por ver a un bailarín. No tengo dudas de que la proyección internacional de la ciudad ha ido hacia adelante y quiero que la vida cultural de Guadalajara siga de la mano de grandes creadores.

 

En el contexto de un país y una ciudad profundamente desiguales: ¿la cultura es un elemento democratizador?

Más que democratizador, creo que es una herramienta de movilidad social: permite a las personas con pocas posibilidades económicas mejorar su realidad. Es algo que se ha probado y que es muy exitoso en sociedades como la inglesa o la francesa, que les dan oportunidades a todos los niños, como yo la tuve: salir del patio de mi casa a los grandes escenarios del mundo, a cenar con la reina Isabel, a conocer presidentes y vivir una vida muy especial. Todo eso ha sido a través del arte. Entonces, yo creo que ese poder, esa herramienta, no puede menospreciarse en un país plagado de esa desigualdad que tú dices. Que no dependa de dónde naces y de tus posibilidades para que tú tengas la oportunidad de mejorar tu realidad: de complementar también tu ser humano. A fin de cuentas, es lo único que es nuestro: la creatividad, la expresión, el arte; es lo más humano que conocemos.

 

Y, cuando a ti te hablan de Guadalajara, ¿qué es lo primero en lo que piensas?

Cosas específicas. Recuerdo mi barrio, la colonia Seattle; el Parque Metropolitano, porque iba a andar en bici ahí con mis hermanos. Recuerdo subir las bicis al techo de la combi. Recuerdo los Tacos Luis y que se me cayera el helado en Plaza Patria. Ahora, más que recuerdos, veo a Guadalajara como una ciudad con muchas posibilidades: las posibilidades para que la ciudad se convierta en algo especial. No somos la Ciudad de México, entonces tenemos todavía el espacio y la oportunidad de crear, hasta cierto punto, una mejor versión de lo que queremos para nuestro país.

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¿El régimen del siglo pasado concentró toda la cultura en la Ciudad de México?

Tú sabes que no solo tiene que ver con un tipo de régimen ni mucho menos. Yo lo identifico en las personas: en la manera en la que se acercan a ver un espectáculo. Aquí en Guadalajara no hay una cultura de espectadores. Y entiendo que hay mucha gente que ha intentado construir muchas cosas y, simplemente, el público no responde. Es un tipo de comunidad muy diferente. En la Ciudad de México sí hay una costumbre más arraigada de consumir cultura. Eso es algo que me gustaría ver en Guadalajara. Creo que tiene que ver con que se ha limitado el concepto de cultura a ciertos escenarios. Y es una de las razones por las que yo quise sacar Despertares del Teatro Degollado: para que las personas que les tienen miedo a ese tipo de escenarios, por ser inaccesibles o aburridos, se sientan con la confianza de ir a encontrarse con algo con lo que se identifiquen. Es importante que el arte y la cultura no estén separados de la realidad.

 

¿Es ese el éxito de Despertares? ¿Que yo pueda ir con esta playera que tengo puesta a verte sin necesidad de traje y moñito?

Claro, definitivamente. Toda la experiencia que hemos diseñado es para que las personas se sientan cómodas. Que tengan acceso, sí, a artistas de altísimo nivel, únicos, con una especialización extraordinaria, pero que eso no signifique que no les pertenecen o que no pueden ir a verlos. Al contrario: es una invitación abierta para que todo tipo de personas se acerquen a vivir la experiencia, a dar un viaje por los grandes escenarios del mundo, con tus jeans y tu camiseta.

 

¿Qué te duele de nuestro país?

Hay muchas versiones de México. Es un país con mucha desigualdad, eso es lo más duro. Es un país muy grande y muy complejo, con muchas realidades. Hay muchas cosas que se han quedado muy arraigadas en nuestras costumbres y que me parece importante que cambien: el machismo es intolerable hoy en día; a pesar de eso, nuestra sociedad lo sigue viendo como una parte fundamental del funcionamiento de sí misma. Las desigualdades de género: todos estos temas que han sido motivo de conversación en diferentes partes del mundo me parece que, en México, simplemente se han adoptado por ser lo que está sucediendo, pero que no estamos dispuestos como sociedad a cambiarlos de verdad. En ese sentido, me causa mucho conflicto México. Entiendo que tenemos grandes posibilidades; es un país joven, creativo, es un país que está en una zona geográfica privilegiada. Necesitamos, verdaderamente, cambiar el tejido social de una generación. Yo siempre digo que ya no trabajo para mi generación: trabajo para la que viene detrás. Que la versión de México que ellos enfrenten en su adolescencia tenga esperanza.

 

¿Qué le dirías a mi generación, que le ha tocado vivir una etapa del país dificilísima?

Que hay generaciones a las que les han tocado etapas peores. Eso no es una excusa para no tomar responsabilidades: han sido esas generaciones las que lograron construir un futuro para nuestro país, y depende de ustedes ahora, y de nosotros. Necesitamos sentido de responsabilidad permanente: desde cómo te presentas, la honestidad cotidiana, si eres o no genuino con tus amigos. Es importante darnos cuenta de la importancia que hay en tu generación y en la mía. Somos responsables de las que vienen.

 

¿No tienes la tentación de decir: “yo me voy y olvídense, nunca vuelvo a este país”?

Esa tentación la enfrento todos los días. Sobre todo cuando veo que los proyectos que impulso, exitosos, podrían ser simplemente míos. No devolverle nada a la sociedad y no hacer nada por nadie. Es, de hecho, lo más lógico hoy en nuestra sociedad. Pero esa no es la realidad que yo quiero vivir. Por eso entrego mi trabajo a las nuevas generaciones: quiero que puedan imaginar una versión diferente de su vida.