Así, el contraste posibilitador de la exposición fue la premisa: el blanco y el negro, la luz y la sombra, lo que se ve y lo que no, lo que se siente y lo inexistente, el silencio y la sonoridad. Una sala era negra, toda, y las piezas que la componían eran sobre todo blancas. La otra sala era blanca, silenciosa, pacífica y las piezas eran, sobre todo, negras. “Se trata de lugares que tuvieron cera caliente en movimiento y que ahora resultan en colocaciones pigmentadas perpetuas, en continua espera de ser contempladas”, concluye Guerrero con su reflexión sobre estos silencios sonoros.
Las piezas son, más que un oxímoron, una reafirmación de la idea de contraste como posibilitador creativo: del conflicto surge el hallazgo (antítesis-síntesis-tesis, diría Hegel). Pero lo que vemos no es el conflicto en sí, sino el proceso del mismo: el encuentro del negro con el blanco, el contraste entre un punto y otro, la yuxtaposición de piezas aparentemente contrarias. Vemos así los silencios sonoros que experimentó Paola durante su residencia y que dejó plasmado en una especie de círculo cerrado de aquella experiencia.