Verónica Gerber Bicecci, hacia los límites del lenguaje
Por Belinda Lorenzana
Son varios los caminos que se abren al acercarse a la literatura de Verónica Gerber Bicecci. Uno de ellos: el alcance lírico y narrativo de la imagen, que establece códigos con el lector y se alía con las palabras, de manera que lo visual no es complemento sino elemento de sentido. En los libros de Verónica las figuras, las fotografías, los trazos, los espacios en blanco, narran sin que la experiencia se parezca a la de leer una novela gráfica o un volumen ilustrado: imágenes y palabras establecen en su obra un diálogo a partir de múltiples lenguajes (el de las matemáticas, el de las artes visuales, el del registro documental…).
Verónica Gerber Biccecci (Ciudad de México, 1981), en sus propias palabras una “artista visual que escribe”, es autora los libros Mudanza y Conjunto vacío, editados por Almadía en 2010 y 2015 respectivamente. En 2019 publicó Otro día… (poemas sintéticos) y La Compañía, en la misma casa editorial. También es autora de Palabras migrantes, un libro bilingüe, traducido y comentado por Christina MacSweeney, que relata mediante emojis una reflexión con infancias y juventudes estadounidenses y migrantes hispanohablantes, sobre las palabras “migrante”, “frontera” y “traducción”. Estudió artes plásticas en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, en donde comenzó a tender puentes hacia la literatura:
“Desde que estudiaba en La Esmeralda intentaba usar palabras junto con las imágenes y poco a poco me fui dando cuenta de la complejidad que eso acarreaba. Empecé a pensar en la posibilidad de instalaciones in situ en el medio literario. Esa idea me la dio Róselin Rodríguez, una curadora joven de La Habana que radica en México desde hace años. Ella decía que Conjunto vacío era una instalación in situ en la literatura…” Esta conversación con Verónica Gerber Bicecci para Cream, habla de esos puentes, de los dos libros más recientes de la autora, de la crisis climática que leemos en ellos, de las posibilidades del lenguaje.
“La catástrofe está sucediendo”
Hace más o menos un año, desde su cuenta de Twitter, Verónica anunciaba la presentación de los libros La Compañía y Otro día… (poemas sintéticos), en la FIL Guadalajara, y se refería a ellos como “especímenes transgénero”, en alusión al vaivén entre géneros literarios y artísticos con que están construidos. Ambos títulos funcionan como artefactos que echan mano de la reescritura y que, antes de ser editados por Almadía, se presentaron ante el público a manera de exposiciones: La Compañía en la XIII Bienal FEMSA y Otro día… en el Museo de Arte de Zapopan (MAZ).
Hay coincidencias entre estas dos obras: la presencia de un futuro que se confunde con el presente, el desastre medioambiental, el texto literario intervenido, la fragmentación: “Me interesó hablar del presente, que es también de alguna manera el futuro. El presente implica hacernos conscientes de la crisis ecológica que estamos viviendo desde hace algún tiempo. Es inminente la catástrofe y no solo eso, es ya una realidad, está sucediendo.” La inquietud de Verónica ante el desastre medioambiental se revela no como una premonición, sino como una postura política y un pronunciamiento estético. “Para mí esa es una de las coincidencias entre ambos proyectos: la preocupación de pensar en esa inminencia y preguntarme cómo hacerlo desde la literatura.”
“La escritura consiste en escuchar”
En La Compañía, Verónica realiza una intervención al cuento “El huésped” de Amparo Dávila, mientras echa mano de elementos gráficos de La máquina estética de Manuel Felguérez y de fotografías tomadas por ella misma. En la segunda parte de este libro, ofrece un conjunto de registros, un collage narrativo que da cuenta del extractivismo (eliminación de recursos naturales y materias primas de la tierra para su venta en el mercado mundial) en San Felipe Nuevo Mercurio, localidad minera en Zacatecas. En este proyecto nos enfrentamos a una inusitada forma de contar una historia, en que el desconcierto y la incertidumbre se trazan y se desdibujan, en que se rompen límites entre la realidad y la ficción.
Tras reescribir el famoso cuento de Amparo Dávila, un referente de la literatura fantástica mexicana, Verónica narra la irrupción de la compañía minera en San Felipe Nuevo Mercurio, mediante un formato poco convencional: “Ni la ficción ni la crónica en primera persona me eran suficientes. Había algo ahí que no sabía cómo resolver, así que acudí a otras estrategias, que no son nuevas: la estrategia de cortar pedazos de documentos y pegarlos, unos tras otros, para contar la historia, con las voces de otros tal y como yo las escuché. En La Compañía yo debo de haber escrito unas 45 palabras.” Ante la estrategia revelada, le pregunto a Verónica si la escritura de la obra consistió en ese collage, en el acto de reunir fragmentos, a lo que ella responde: “Consistió en escuchar, básicamente.”
La versión intervenida de “El huésped” propone una reinterpretación de la figura ambigua, amenazante y misteriosa, creada por Amparo en el siglo XX y con una vigencia abrumadora, ahora desde la mirada de Verónica, que abarca las estructuras sociales y hasta biológicas: “La Compañía, en esta historia, es quien acompaña; es también la institución patriarcal y es eso que no conoces y crece dentro de ti: la enfermedad, lo que el desastre ecológico provoca en el cuerpo. Eso me importaba mucho, las enfermedades derivadas de los desastres ecológicos, compañías que aparecen dentro de los cuerpos, que no siempre notamos.”
“Imaginar un día distinto”
En La Compañía Verónica narra una historia a partir de la intervención. Mientras tanto, en Otro día… (poemas sintéticos) este mismo mecanismo ensaya una revisitación al pasado con miras a explicar el futuro. En 1919, el poeta mexicano José Juan Tablada, representante de la poesía moderna mexicana, importador del haikú, orientalista y observador metódico de la naturaleza, publicó un libro de miniaturas poéticas y dibujos, llamado Un día… (poemas sintéticos). Un siglo después, en 2019, Verónica Gerber Bicecci publica Otro día… (poemas sintéticos), con una cubierta que despliega los mismos elementos, los mismos colores, la misma distribución espacial, y da cuenta de la intervención: “Decidí reescribir sus poemas para imaginar un día distinto, casi un siglo después, en el que más que una oda, lo urgente es reflexionar sobre la catástrofe ecológica y social de nuestro presente”, se lee en la primera página de este volumen en que el haikú, como género contemplativo, adquiere un nuevo sentido y deja entrever la devastación y el absurdo, pero también el guiño humorístico y el juego.
El libro de José Juan venía acompañado de dibujos trazados por él mismo, enmarcados en círculos, en que veíamos estampas ingenuas y caprichosas de la naturaleza: insectos, aves, plantas o fragmentos de cielo. En Verónica, esos dibujos son sustituidos por imágenes lanzadas al espacio en 1977 como parte de la sonda espacial Voyager 1. Aparecen intervenidas con acetona, lo que les da un efecto de difuminación, de pérdida y alteración. En cuanto a la palabra, los haikús que hablaban de la naturaleza y la contemplación hace un siglo, ahora en Verónica son frases, fragmentos tomados de búsquedas en Google y noticias acerca de la crisis ambiental.
Se leía en el libro de 1919, bajo el título “Las ranas”: “Engranes de matracas / Crepitan al correr del arroyo / En los molinos de las ranas.” El haikú aparecía acompañado por el dibujo de dos ranas afanosas, encaramadas en sendas ruedas que sugerían movimiento. En 2019, leemos bajo el mismo título y una imagen que sugiere un pantano: “Ahora hay que / buscarles cinco patas / y a veces tres.” Vaya que ha pasado el tiempo desde aquellas ranas que croaban como si hicieran girar un molino, y que ahora remiten a la mutación.
“Hay atisbos de esperanza”
Tanto en La Compañía como en Otro día… se manifiesta otra coincidencia importante: la relación entre México y Estados Unidos. “La reescritura que hice de los poemas de Tablada retoma también esta relación en términos climáticos, compleja, que me permitió una mirada al presente que acontece entre los dos países. Esto puede verse también en La Compañía, porque gran parte del mercurio que se extrajo en los años cincuenta y sesenta, en la mina de Nuevo Mercurio, era mercurio que iba a Estados Unidos directamente. El problema medioambiental más grave que hubo en Nuevo Mercurio fue la manera en que se recibieron bifenilos policlorados provenientes de Estados Unidos, porque ahí estaban prohibidos, y ese hecho marca una determinada relación con México.”
Ante esta radiografía de coincidencias en ambas obras, le confieso a Verónica que ambos en ambos libros me he sentido impresionada por la desolación, a lo que ella anota: “Sí hay algo desolador en ellos, pero también hay atisbos de esperanza. Yo pienso en el humor como un atisbo de esperanza, tal vez presente en los haikús, y en La Compañía para mí la esperanza está en los murciélagos, en la colonia de murciélagos que vive en la mina… Es decir que el panorama es desolador para los seres humanos, porque lo merecemos de algún modo, pero a lo mejor para otras especies ojalá no lo sea tanto. Al menos allí, en ese lugar, hay una colonia de veinte mil murciélagos.”
“Un lenguaje que nos ayude a vislumbrar”
Antes de que termine la conversación, me interesa indagar en las perspectivas de Verónica en cuanto a escritura, ruptura y feminismo. Le cuento que escuché un pódcast en que Vivian Abenshushan, con quien Verónica ha trabajado, con quien conversa y comparte visiones del arte y la literatura, hablaba de cómo los esquemas del siglo XIX se replican una y otra vez en las propuestas actuales. En medio de este panorama, decía Vivian entonces, son las mujeres, las escritoras, quienes se aventuran a plantear otros modelos, otras formas de escribir, de leer y ser leídas.
“Muchas escritoras están rompiendo esos esquemas del siglo XIX”, menciona Verónica. “Espero que tal cosa suceda como parte de este escucharnos unas a otras, leernos unas a otras y trabajar hacia los límites del lenguaje, porque a lo mejor esa es la única manera de romper la institución patriarcal que es el lenguaje. ¡Y tenemos que encontrar formas de no solo romper los moldes del XIX sino los del XX!” Ante su observación, caigo en cuenta: no hemos trascendido las estructuras decimonónicas, pero existe una posibilidad de ir más allá, de revertir el presente desde las escrituras conjuntas, tal vez.
“Para mí el proyecto central es romper los moldes del siglo xx”, continúa. “Porque, mira, estamos en el siglo xxi y la gran mayoría de la literatura que se escribe en el mundo mantiene un formato del xx, un siglo en que cualquier cosita nos parecía muy disruptiva. Tiene que haber maneras de repensar las estrategias y tácticas, sobre todo porque necesitamos un lenguaje que sea un poco más justo con el presente, que nos ayude a vislumbrar. Si el lenguaje diseña el modo en el que pensamos, ir a los límites del lenguaje y romper su estructura, nos hará entender y mirar las cosas desde otro sitio.”
La literatura de Verónica Gerber Bicecci, a partir de la intervención textual y la escritura no convencional, tiende un camino para subvertir lenguajes que a veces no bastan. Sus libros ofrecen alternativas de enunciación, pero también nuevos horizontes para la lectura. Lo anteriormente escrito, lo ya dicho, puede ser resignificado, puede construir sentidos más acordes con el presente mediante un sistema de reciclaje, hoy más necesario que nunca: “La página en blanco no existe, es un mito y, sí, en realidad lo que hay es un cortar, pegar, mezclar, hacer pedazos, triturar… Me gusta pensar, y eso se lo debo a Donna Haraway y otras como Mercedes Villalva, en la escritura como una composta.”