La potencia y belleza de los retratos que hace Yvonne reside en captar eso que, a la vez que nos define, nos vulnera y que no somos capaces de explicar. Un momento, una circunstancia: algo que solo puede ser captado bajo la reflexión de un ojo externo. “La materia prima de mi trabajo son las personas”, me asegura la fotógrafa, “creo que la belleza está en ellos, en su arreglo, en su esfuerzo por presentarse para la cámara. Creo que la belleza está en nuestros gestos más humanos, nuestros momentos de duda, de no estar preparados para la cámara”. Esta afirmación es palpable cuando en sus fotografías observamos momentos casi vacuos de eso que reside entre lo que nos aterra de nosotros mismos y lo que decidimos mostrar. En las miradas que capta, alcanzamos a ver cómo lo que nos identifica se construye en un intersticio entre la vanidad y la aversión, entre el elogio y el engaño, entre lo que nos ocurre y la conciencia de ello. Cuando reflexiono esto, me llega inmediatamente el eco de los tratamientos con lo que suele trabajar la fotógrafa neerlandesa, Rineke Dijkstra; por lo que no resulta coincidencia que se encuentre entre las referencias de Yvonne (junto con Dana Lixenberg, Paul Pfeiffer, el clásico, Helmut Newton y sus colegas mexicanos, Miguel Calderón y Diego Berruecos).
Estos momentos fronterizos entre lo que ocultamos y lo que mostramos son explorados con profundidad en varios proyectos, como las series Gestus, El tiempo que pasamos juntas y Retratos desde Tijuana. Sin embargo, su trabajo luce con mayor minucia en diversas series que han desentrañado una veta muy significativa de reflexión que aúna a explicitar cómo estas fronteras son esenciales para entender un elemento imprescindible de la vida social en México: la clase. En San Pedro, María Elvia de Hank, Inédito y Las novias más hermosas de Baja California la fotógrafa nos ha permitido alejarnos de las prenociones y apreciar un rostro del privilegio mexicano que no suele ser explorado. A manera de caleidoscopio, estas cuatro series abordan diferentes tipos de constructos de las clases sociales altas: la cotidianidad del municipio más rico de Latinoamérica; el entorno de la familia Hank (una de las más controversiales por su poderío tanto político como empresarial que va de Atlacomulco a Tijuana); una especie de “metaretrato” de lo más sutil e interesante sobre los sets de producción de la telenovela Rebelde — una historia que, a manera de paradoja a partir de su nombre, narraba la historia de un grupo de jóvenes pertenecientes a una de las instituciones educativas de mayor élite en la capital — ; y el retrato de aquellos momentos simbólicos donde las clases altas de nuestros tiempos siguen perpetuando sus privilegios: las bodas.